Estoy leyendo un libro sobre
Religiones Mistéricas y me he encontrado con este párrafo que me ha puesto a
temblar:
“En la antigua Galia existían
unos sacerdotes que se hacían llamar druidas. Los druidas provenían de la
cultura celta y realizaban múltiples prácticas y sacrificios, todo ello con un
hermetismo digno de cualquier religión mistérica. Entres esas prácticas, la más
llamativa era aquella en la que recolectaban el muérdago: un sacerdote subía a
los árboles y con una hoz de oro cortaba dicha planta; más tarde la utilizaban
para hacer rituales de magia y honrar a sus dioses. Se dice que toda su
sabiduría la transmitían oralmente y se negaron a poner por escrito sus
conjuros. Sin embargo, el historiador francés Claude Cléront, asegura haber
encontrado un manuscrito que revela el testimonio de un campesino que, paseando
por casualidad, se encontró a dos druidas conversando. “De dicha conversación
–asegura el campesino- sólo alcancé a distinguir una palabra: Cadmio”. Desde
aquella experiencia, ocurrida hace más de 700 años, miles de curiosos se han
gastado la vida en indagar sobre esa misteriosa palabra. De momento, y no se
sabe por qué, sólo han descubierto que a ciertas personas la palabra Cadmio se les mete dentro como un cristal multiforme y las atormenta de tal modo que
se enamoran de ella y la arrastran diariamente bajo la seda de su silencio. El
último caso conocido se le atribuye a un tal O. Pirot.”
El párrafo anterior es producto
del experimento literario que me he propuesto para este 2013. El experimento no
es, ni de lejos, algo arriesgado; todo lo contrario, no pretendo con él ir
hacia el riesgo sino más bien hacia
lo cotidiano. A este experimento lo
he titulado “La poesía donde no” y consiste en, mensualmente, escoger una
fuente que nada tenga que ver directamente con la literatura y extraer de ella
hallazgos literarios.
Los dos primeros meses fueron:
1) Enero: Buscar en las
noticias encabezados que me sugirieran títulos para obras literarias.
2) Febrero: Utilizar el
vocabulario del hombre del tiempo y hacer un poema.
El pasado mes de Marzo lo dediqué
a escribir un pequeño párrafo de ficción histórica inspirado en alguna palabra
por la cual he tenido una debilidad durante muchos años. No sé por qué, pero
desde que escuché por primera vez la palabra “Cadmio”, sentí un súbito y
repentino enamoramiento. Sucedió hace muchos años cuando tomaba las clases de
Química en la secundaria e indagábamos sobre los elementos de la tabla periódica.
Uno de esos elementos era el Cadmio. El Cadmio es un metal blanco azulado,
dúctil y maleable. Su símbolo es Cd y su número el 48.
Y, como ya hemos visto, es
también una palabra utilizada por los antiguos sacerdotes celtas.