martes, 31 de diciembre de 2013

2013: Eros en mí




La experiencia del amor puede equipararse a la del sol desangrándose sobre el mundo. Ángel sin peso que va ensanchando su piel para revelar la desnudez de las cosas. El amor, como la luz, despierta todo lo que toca. El amor, como la luz, entierra su llagas en el tiempo sin menospreciar el vértigo de la hormiga o la delicadeza del polvo. Alumbra sin esperar recibir. Nos concede la sombra para reconocer nuestros abismos. Nos barniza de milagro para sostener por dentro la vida.  Nos disuelve para habitar la orilla en la que nos descubrimos en otro ser. Intercambio de visiones que anulan la realidad y nos ofrece los goznes de lo hasta entonces oculto. Alquimia de la carne que agota nuestras ambiciones y nos muestra  la humildad con la que el aire barre los pájaros.  No sabría responder a la pregunta de por qué hemos nacido y por qué estamos aquí. Pese a ello, sí que puedo decir el por qué quiero estar en donde estoy: por el simple hecho de experimentar el amor. Desde Aristófanes  hasta Rilke y más, el amor no ha dejado de vacilar y disfrazarse bajo el concepto de lo intransitivo, lo incompleto, lo animal, lo carnal, lo demoníaco, lo enfermo, lo milagroso. La experiencia del amor, sin embargo, sólo puede decirse a través de sí misma y revelarse como única en cada ser. Este último día del 2013 (el tiempo de eros) me despido agradeciendo al universo el que, hace unos meses, me haya bautizado con su rayo singular y fulminante para poder experimentar la fuerza cósmica y existencial por la que quiero más que nunca estar vivo. Y también me despido agradeciéndole a “ella” por darnos la oportunidad de hilvanar juntos el cuerpo del amor.


Pd.- “Nada da más fuerza que saberse amado”. Goethe