La experiencia del
amor puede equipararse a la del sol desangrándose sobre el mundo. Ángel sin
peso que va ensanchando su piel para revelar la desnudez de las cosas. El amor,
como la luz, despierta todo lo que toca. El amor, como la luz, entierra su
llagas en el tiempo sin menospreciar el vértigo de la hormiga o
la delicadeza del polvo. Alumbra sin esperar recibir. Nos concede la sombra para reconocer
nuestros abismos. Nos barniza de milagro para sostener por dentro la vida. Nos disuelve para habitar la orilla en la que
nos descubrimos en otro ser. Intercambio de visiones que anulan la realidad y
nos ofrece los goznes de lo hasta entonces oculto. Alquimia de la carne que
agota nuestras ambiciones y nos muestra
la humildad con la que el aire barre los pájaros. No sabría responder a la pregunta de por qué
hemos nacido y
por qué estamos aquí. Pese a ello, sí que puedo decir el por qué quiero estar
en donde estoy: por el simple hecho de experimentar el amor. Desde
Aristófanes hasta Rilke y más, el amor
no ha dejado de vacilar y disfrazarse bajo el concepto de lo intransitivo, lo
incompleto, lo animal, lo carnal, lo demoníaco, lo enfermo, lo milagroso. La
experiencia del amor, sin embargo, sólo puede decirse a través de sí misma y
revelarse como única en cada ser. Este último día del 2013 (el tiempo de eros)
me despido agradeciendo al universo el que, hace unos meses, me haya bautizado
con su rayo singular y fulminante para poder experimentar la fuerza cósmica y
existencial por la que quiero más que nunca estar vivo. Y también me despido
agradeciéndole a “ella” por darnos la oportunidad de hilvanar juntos el cuerpo
del amor.
Pd.- “Nada da más
fuerza que saberse amado”. Goethe
Me alegro por tu suerte, te lo mereces.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo.
Gio.