sábado, 1 de diciembre de 2012

Insecto Camuflado: Sobre "El libro de la crueldad" de Layla Martínez





Insecto camuflado:
Sobre “El libro de la crueldad” de Layla Martínez



Layla Martínez, El libro de la crueldad, LVR[ediciones, España, 2012
Num. 7 de la colección Trastos de poesía



¡Raza estúpida e idiota! Te arrepentirás de comportarte así. Yo soy quien te lo dice. Te arrepentirás, ¡claro que sí!, te arrepentirás. Mi poesía tendrá por objeto atacar por todos los medios al hombre, esa bestia salvaje, y al Creador, que no debería haber engendrado semejante carroña.

Canto Segundo
Cantos de Maldoror, Conde de Lautréamont



La crueldad es un insecto camuflado en un jardín. La escuchamos venir con su rumor de rasguños, la vemos relampaguear como un diamante afilado, la saboreamos en la maleza de la tinta. A veces se nos presenta como una profanación del cuerpo ajeno, otras como un maltrato incorpóreo. En cualquier caso, la crueldad se cuaja con el placer que resulta de mancillar la vida de otro ser vivo, o –como dijera Spinoza-  al experimentar “un deseo que excita a alguien a hacer mal a quien amamos o hacia quien sentimos conmiseración”.

De esta forma, “El libro de la crueldad” se nos devela como un espejo cóncavo en donde las imágenes que desfilan nos dan cuenta de un mundo marginal y esperpéntico incapaz de sentir la más mínima empatía por la naturaleza humana. Su ímpetu por mostrar la degeneración del mundo, lo convierten en un aullido de palabras que arrastran las páginas igual que a una carrocería circense y desalmada.

Desde el primer poema, se pone en manifiesto el deseo de la suplantación de nuestro paradigma existencial por el de una atmósfera que proclama la destrucción de los esqueletos del raciocinio y sus fábricas más reconocibles (la Academia, el Progreso y la Ciencia) en pos de una involución conformada por  una horda de obesos mórbidos, de niños perversos, destinada a instaurar un delirio grotesco. A partir de ese instante, Layla nos embelesará con sus espectros descomunales y nos compartirá el gusto por la desinhibición , la sordidez, la dominación y el sometimiento.

La violencia con que Layla enarbola su imaginario poético no sólo nos deja perplejos, sino que nos seduce a manera de una bestia hermosa de tan cruel.  Desde el sudor blanco del incesto, la coprofagia, el maltrato, la dentellada pornográfica, el insulto incisivo, hasta los encuentros eróticos con enanos, su escritura nos convida del escozor de la inclemencia.

Este acto de violentar al mundo, Layla lo lleva más allá hasta convertirlo en una violencia contra la forma y el lenguaje. Por un lado, “El libro de la crueldad” está estilísticamente bordado con 3 hilos: el de la prosa poética, el del verso y el de la ficción biográfica. Cada uno de estos hilos forman un telar lleno de ecos y correspondencias, de tal forma que las voces de los personajes en ocasiones se mimetizan con la del yo poético, manteniendo así una especie de zoom literario, de focalizaciones tanto internas como externas. Por el otro lado, el del lenguaje, la autora nos convida de un campo semántico que  nos remite a un constante desmembramiento: rótulas, ganglios, clavículas, omóplatos, encías, genitales, tumoraciones, hematomas, uñas, dientes…, pareciera también que el lenguaje mismo se convirtiera en un cuerpo profanado, en una anatomía del dolor.

Layla no sólo se ocupa de lacerar el cuerpo, la psicología o el alma, sino que a su vez irrumpe en lo onírico para desacralizar las imágenes habituales del componente religioso: Soñó que lamía la sangre que le salía a Santa Gema de los ojos. Soñó que Cristo se arrancaba un brazo y se lo lanzaba desde la cruz para que lo devorase. Soñó con peces de vientre brillante. Soñó que la Virgen se le aparecía y le enseñaba un útero que llevaba una bolsa y le decía que estaba embarazada de un caballo. Soñó que la pared estaba llena de manchas amarillas. (p.31)

Otra de las singularidades del libro es sin duda la esquematización de una estética llena de secreciones: soy hermosa como un rastro de orina. mírame mear sobre la cabeza del enano (…) soy hermosa como los niños sin cabeza que se arrastran y comen sus propios excrementos. (p. 20)

En ese sentido, considero que uno de los grandes hallazgos del poemario es el tratamiento de lo escatológico en sus dos acepciones:

1)    La del devenir del mundo y el problema de la muerte como parte de las creencias religiosas.

2)     La de las secreciones fisiológicas como la orina y las heces fecales.

La primera de esas acepciones se ve reflejada sobre todo en los textos de ficción biográfica, en concreto el concerniente al de Sarah Patterson (p.30). De igual forma, yendo más allá de la escatología cristiana, hay también una suerte de determinismo existencial, como si cada uno de los personajes biográficos estuvieran condenados a los abusos sexuales, al retraso mental o a la violencia doméstica.
La segunda acepción se aprecia en diversas imágenes en las que el excremento humano se adhiere a la perversión carnal. Pero no sólo el excremento está presente, también la orina, el sudor, el vómito, la sangre y la baba, dando así una significación estética, más que fisiológica, a los fluidos corporales.   

Estos rasgos aquí descritos, son sólo algunas de las sensaciones que dejan la lectura de “El libro de la crueldad”. Una decadencia vigorosa pareciera acompañar a todos y cada uno de los textos que nos envuelven en la paradoja del gusto y la atracción por las aberraciones y las decrepitudes de un microcosmos disfuncional.

Para ir terminando, desde la tradición de occidente, la crueldad se nos devela como un cruce de caminos en donde la obscenidad, la depravación, lo siniestro, lo esperpéntico y los desplantes amorosos (entre otros tantos ingredientes), juegan a intercambiarse hasta tal punto que alcanzan un mimetismo imposible de desarticular.  

Catulo, por ejemplo, no muestra pudor al escribir versos como “Os daré por el culo y por la boca” (Poema 16). Por su parte, Ovidio nos aconseja que para olvidar a la amada hay que verla defecar (Remedios contra el amor). A partir del siglo XII, la leyenda del “corazón comido” no dejará de causar furor y misterio en diversas voces literarias. Los casos de Sade y de Lautréamont terminarían por infringir un deleite tan desconcertante como cautivador. 
Y así muchas más voces imposibles de citar se han encargado de degradar los dogmas convencionales para dar una visión distinta –y sobre todo válida- de la belleza y el gusto.

Layla posee el ansia y el demonio necesarios para ofrecernos un veneno que tortura y a su vez conmueve. Layla se nutre de toda una tradición para dar origen a una voz tan original, como atroz y ecléctica.

En “El libro de la crueldad” hay un insecto camuflado de munición, un disparo, una bala que anuncia el allanamiento de la intimidad del ser y la violación del cuerpo y su combustible sagrado.

Hay una bala de la que el lector resulta ser la pistola.


o. pirot 

2 comentarios:

  1. Fantástica reseña. Da gusto leerte.

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  2. Te confieso que he leído esta reseña lleno de envidia. Yo hice también un comentario sobre el "Libro de la crueldad" que casi resulta ridículo aunque te pego aquí el enlace (como mucho te resultará curiosos). Bueno, tonterías aparte, estoy de acuerdo en que deberíamos mirarnos a Catulo y a Ovidio -y a tantos otros, incluídos los medievales y los renacentistas- para encontrar las referencias de Layla. Saludos.
    http://mildimonis.blogspot.com.es/2012/08/libro-de-la-crueldad.html

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