Insecto camuflado:
Sobre “El libro de la
crueldad” de Layla Martínez
Layla Martínez, El libro de la crueldad, LVR[ediciones, España, 2012
Num. 7 de la colección Trastos de poesía
¡Raza estúpida e idiota! Te arrepentirás de
comportarte así. Yo soy quien te lo dice. Te arrepentirás, ¡claro que sí!, te
arrepentirás. Mi poesía tendrá por objeto atacar por todos los medios al
hombre, esa bestia salvaje, y al Creador, que no debería haber engendrado
semejante carroña.
Canto Segundo
Cantos de Maldoror, Conde de Lautréamont
La
crueldad es un insecto camuflado en un jardín. La escuchamos venir con su rumor
de rasguños, la vemos relampaguear como un diamante afilado, la saboreamos en
la maleza de la tinta. A veces se nos presenta como una profanación del cuerpo
ajeno, otras como un maltrato incorpóreo. En cualquier caso, la crueldad se cuaja
con el placer que resulta de mancillar la vida de otro ser vivo, o –como dijera
Spinoza- al experimentar “un deseo
que excita a alguien a hacer mal a quien amamos o hacia quien sentimos
conmiseración”.
De
esta forma, “El libro de la crueldad” se nos devela como un espejo cóncavo en
donde las imágenes que desfilan nos dan cuenta de un mundo marginal y esperpéntico
incapaz de sentir la más mínima empatía por la naturaleza humana. Su ímpetu por
mostrar la degeneración del mundo, lo convierten en un aullido de palabras que
arrastran las páginas igual que a una carrocería circense y desalmada.
Desde
el primer poema, se pone en manifiesto el deseo de la suplantación de nuestro
paradigma existencial por el de una atmósfera que proclama la destrucción de
los esqueletos del raciocinio y sus fábricas más reconocibles (la Academia, el
Progreso y la Ciencia) en pos de una involución conformada por una
horda de obesos mórbidos, de niños perversos, destinada a instaurar un delirio grotesco. A partir de ese
instante, Layla nos embelesará con sus espectros descomunales y nos compartirá
el gusto por la desinhibición , la sordidez, la dominación y el sometimiento.
La
violencia con que Layla enarbola su imaginario poético no sólo nos deja
perplejos, sino que nos seduce a manera de una bestia hermosa de tan
cruel. Desde el sudor blanco del incesto, la coprofagia, el maltrato, la
dentellada pornográfica, el insulto incisivo, hasta los encuentros eróticos con
enanos, su escritura nos convida del escozor de la inclemencia.
Este
acto de violentar al mundo, Layla lo lleva más allá hasta convertirlo en una
violencia contra la forma y el lenguaje. Por un lado, “El libro de la crueldad”
está estilísticamente bordado con 3 hilos: el de la prosa poética, el del verso
y el de la ficción biográfica. Cada uno de estos hilos forman un telar lleno de
ecos y correspondencias, de tal forma que las voces de los personajes en
ocasiones se mimetizan con la del yo poético,
manteniendo así una especie de zoom literario, de focalizaciones tanto internas
como externas. Por el otro lado, el del lenguaje, la autora nos convida de un
campo semántico que nos remite a
un constante desmembramiento: rótulas, ganglios, clavículas, omóplatos, encías,
genitales, tumoraciones, hematomas, uñas, dientes…, pareciera también que el
lenguaje mismo se convirtiera en un cuerpo profanado, en una anatomía del
dolor.
Layla
no sólo se ocupa de lacerar el cuerpo, la psicología o el alma, sino que a su
vez irrumpe en lo onírico para desacralizar las imágenes habituales del
componente religioso: Soñó que lamía la
sangre que le salía a Santa Gema de los ojos. Soñó que Cristo se arrancaba un
brazo y se lo lanzaba desde la cruz para que lo devorase. Soñó con peces de
vientre brillante. Soñó que la Virgen se le aparecía y le enseñaba un útero que
llevaba una bolsa y le decía que estaba embarazada de un caballo. Soñó que la
pared estaba llena de manchas amarillas. (p.31)
Otra
de las singularidades del libro es sin duda la esquematización de una estética
llena de secreciones: soy hermosa como un
rastro de orina. mírame mear sobre la cabeza del enano (…) soy hermosa como los
niños sin cabeza que se arrastran y comen sus propios excrementos. (p. 20)
En
ese sentido, considero que uno de los grandes hallazgos del poemario es el tratamiento
de lo escatológico en sus dos acepciones:
1) La del devenir
del mundo y el problema de la muerte como parte de las creencias religiosas.
2) La de las secreciones fisiológicas como
la orina y las heces fecales.
La
primera de esas acepciones se ve reflejada sobre todo en los textos de ficción
biográfica, en concreto el concerniente al de Sarah Patterson (p.30). De igual forma, yendo más allá de la
escatología cristiana, hay también una suerte de determinismo existencial, como
si cada uno de los personajes biográficos estuvieran condenados a los abusos
sexuales, al retraso mental o a la violencia doméstica.
La
segunda acepción se aprecia en diversas imágenes en las que el excremento
humano se adhiere a la perversión carnal. Pero no sólo el excremento está
presente, también la orina, el sudor, el vómito, la sangre y la baba, dando así
una significación estética, más que fisiológica, a los fluidos corporales.
Estos
rasgos aquí descritos, son sólo algunas de las sensaciones que dejan la lectura
de “El libro de la crueldad”. Una decadencia vigorosa pareciera acompañar a
todos y cada uno de los textos que nos envuelven en la paradoja del gusto y la
atracción por las aberraciones y las decrepitudes de un microcosmos
disfuncional.
Para
ir terminando, desde la tradición de occidente, la crueldad se nos devela como
un cruce de caminos en donde la obscenidad, la depravación, lo siniestro, lo
esperpéntico y los desplantes amorosos (entre otros tantos ingredientes),
juegan a intercambiarse hasta tal punto que alcanzan un mimetismo imposible de
desarticular.
Catulo,
por ejemplo, no muestra pudor al escribir versos como “Os daré por el culo y
por la boca” (Poema 16). Por su
parte, Ovidio nos aconseja que para olvidar a la amada hay que verla defecar (Remedios contra el amor). A partir del
siglo XII, la leyenda del “corazón comido” no dejará de causar furor y misterio
en diversas voces literarias. Los casos de Sade y de Lautréamont terminarían
por infringir un deleite tan desconcertante como cautivador.
Y así muchas más
voces imposibles de citar se han encargado de degradar los dogmas
convencionales para dar una visión distinta –y sobre todo válida- de la belleza
y el gusto.
Layla
posee el ansia y el demonio necesarios para ofrecernos un veneno que tortura y
a su vez conmueve. Layla se nutre de toda una tradición para dar origen a una
voz tan original, como atroz y ecléctica.
En “El
libro de la crueldad” hay un insecto camuflado de munición, un disparo, una
bala que anuncia el allanamiento de la intimidad del ser y la violación del
cuerpo y su combustible sagrado.
Hay
una bala de la que el lector resulta ser la pistola.
Fantástica reseña. Da gusto leerte.
ResponderEliminarTe confieso que he leído esta reseña lleno de envidia. Yo hice también un comentario sobre el "Libro de la crueldad" que casi resulta ridículo aunque te pego aquí el enlace (como mucho te resultará curiosos). Bueno, tonterías aparte, estoy de acuerdo en que deberíamos mirarnos a Catulo y a Ovidio -y a tantos otros, incluídos los medievales y los renacentistas- para encontrar las referencias de Layla. Saludos.
ResponderEliminarhttp://mildimonis.blogspot.com.es/2012/08/libro-de-la-crueldad.html