martes, 17 de marzo de 2009

El Ave Fénix del lenguaje

De acuerdo con la Física Teórica, en un universo infinito cualquier punto puede ser considerado el centro. Esto se debe a que la forma en que imaginamos el infinito responde a una naturaleza de orden cuantitativo, de tal manera que llamamos infinito a aquello que no tiene principio ni fin. Pero qué pasaría si imagináramos este concepto no cuantitativa sino cualitativamente. Tendríamos por resultado un cuerpo limitado pero que nunca deja de ser, es decir, lo que llamamos eternidad. De esta forma, considero que la eternidad no es sino la condición cualitativa del infinito.

La poesía frente al lenguaje o al pensamiento posee esta misma naturaleza cualitativa. Ya en el siglo XVIII David Hume en su libro
Sobre el origen de las ideas, mencionaba que nada puede parecer, a primera vista, más ilimitado que el pensamiento del hombre, pues puede transportarnos, por ejemplo, a las regiones más distantes del universo o incluso más allá del mismo. Pero, pese a que nuestro pensamiento aparenta poseer esta libertad ilimitada, está reducido a límites muy estrechos; en consecuencia, todo ese poder creativo de la mente no es más que: “la facultad de mezclar, trasponer, aumentar, o disminuir los materiales suministrados por los sentidos y la experiencia. De tal forma, continua Hume, que cuando pensamos en una montaña de oro, unimos dos ideas compatibles que conocíamos previamente”. En lo que respecta al lenguaje ocurre una cosa parecida. Noam Chomsky, en una conferencia ofrecida en Nueva Delhi y recogida en el libro La arquitectura del lenguaje se refiere al empleo infinito de medios finitos, haciendo hincapié en cómo la mente puede llegar a generar un sinnúmero de expresiones.

Podríamos afirmar, en cierta medida, que el lenguaje cotidiano se nos presenta como un cuerpo de infinitas expresiones, como una especie de sustancia que siempre se expande a ritmos irregulares y en una inmensa pluralidad de voces. Frente a esta imagen inconmensurable, tenemos la imagen concreta y finita de la poesía. Sin embargo, desde mi punto de vista, la poesía, pese a ser un cuerpo finito, goza de una eternidad que no posee el lenguaje cotidiano que se nos presenta como un cuerpo infinito. Considero que la poesía es más real que el lenguaje cotidiano porque siempre se reitera sí misma sin la mutabilidad del discurso. El poema es un cuerpo con un principio y un fin pero que nunca deja de ser. El poema, sea leído o no, siempre se está diciendo así mismo, goza de una armonía y circularidad que lo hacen peregrinar en el tiempo. Esta capacidad de síntesis y concentración propia de la poesía hace que las palabras se aglutinen, se aprieten hasta desangrar su esencia original. La poesía es pues un tiempo detenido dentro del tiempo, un instante eternizado que nunca deja de ser: la poesía es el ave Fénix del lenguaje.

o. pirot

2 comentarios:

  1. Hermosas reflexiones y expresiones, Óscar, sin duda. Felicidades. Pero no podemos estar de acuerdo: por más que el poema sea transcendente (así diría yo), como tú mismo dices no deja de ser limitado o finito, lo que es contradictorio con el concepto de eternidad.
    La palabra escrita es vivencia muerta, vago recuerdo, limitada expresión.
    ¡Qué cosas me despiertas Óscar! Gracias.

    ResponderEliminar
  2. Gracias a ti, mi siempre fiel compañero de debates y trifulcas, J. Malia, ya nos tomaremos un cafecito o unas cañas para discutir más a fondo; de momento, ¿no crees que esa "vivencia muerta" a pesar de ser limitada o finita, no deja de ser a su vez eterna, precísamente por el hecho de vencer al tiempo, a la muerte? Bueno ya nos veremos pronto para seguir con esto, un abrazote!

    o. pirot

    ResponderEliminar