La religiosidad del
azar
El azar posee en sí
mismo un alto grado de religiosidad. A lo largo de la historia, se ha abusado
de este término para desvincularse de cualquier tipo de religión y adentrarse
en un supuesto juego pueril en donde el universo parece estar meramente regido
por una suerte de laberintos casuales sin ningún halo de trascendencia. El
problema real no consiste en saber si todo lo que nos rodea es producto del
azar, sino más bien en la forma en que nos apropiamos de este concepto para
quitar peso trascendental a nuestra existencia en vez de añadir más misterio e
interrogantes.
Mientras que las
religiones están sustentadas por sus dogmas de fe y su cosmovisión particular,
el azar pareciera ser un fantasma anodino sin personalidad alguna sobre el
gobierno del cosmos y, más aún, sobre el de nuestras propias vidas. El azar,
sin embargo, está rodeado de un halo religioso que lo convierte, paradójicamente,
en una especie de religión. Mientras que las religiones encuentran
explicaciones a los hechos mediante su relación con sus respectivos dioses, el
azar sólo resplandece bajo una sola premisa: el hecho de que ocurra algo dentro
de un número infinito de posibilidades.
Esta simple premisa le
da a cada hecho un carácter de singularidad sin precedentes.
Bajo estos términos, la pregunta fundamental sería: ¿por qué,
si existe un número infinito de posibilidades de que algo ocurra, por qué
precisamente nuestra historia ha ocurrido de esta y no de aquella otra forma? ¿Y
si el azar, ya de antemano, ha decidido por sí mismo cómo sucederán las cosas
de aquí hasta el fin de los tiempos
y simplemente nos hace creer que hay otros caminos cuando en realidad no
hay otro decurso que el de su determinismo previo?
Sean cuales sean las
preguntas que nos hagamos, y sean cuales sean las respuestas que aventuremos,
lo cierto es que el azar plantea mucho más problemas filosóficos y ontológicos
que cualquier religión; por ello, resulta sorprendente cuando alguien se
refiere al azar como un hecho simple sin importancia, y se refugia en él como
en un escudo de escepticismo y de pereza conceptual.
Fernando Pessoa decía
que: “No haber Dios es un Dios también”. Con ello quiso decir que la vida,
concebida a partir de la ausencia de la idea de “dios”, sería igual o mucho más
desconcertante que la vida
concebida a partir de la presencia de la idea de “dios”. Con el azar ocurre lo mismo pero en
dirección contraria: La idea de la vida regida por el azar resulta mucho más
desconcertante que la idea de la vida regida sin el azar.
Si decimos que el azar
es el advenimiento de un encuentro accidental, de un hecho que ocurre porque sí, y si creemos que fue el azar el detonante de todo origen ¿entonces cómo fue que el
azar comenzó a existir cuando no había universo? ¿o nació de la mano de él? Y
si el propio azar no se determinó a sí mismo como existencia, ¿quién o qué lo
hizo?
La Física Teórica ya
se ha encargado de demostrar que las leyes de la física son inmutables y universales.
Entonces, el azar deja de ser un mero hecho casual para convertirse en una
experiencia causal.
De esta forma, podemos
deducir que nada puede ocurrir por el simple hecho de ocurrir, ya que hasta en
el azar hay algo de armonía incomprensible. En ese sentido, la idea del azar
trae intrínsecamente también una idea de trascendencia, ya que, dentro del
infinito, aparecen ciertas leyes o milagros que le dan al tiempo una suerte de
música y epifanía. El azar tiene una misión “religiosa” (entendido este término
como trascendencia): transformarse en causa o efecto, y es nuestro propio pensamiento el que determina el alcance de dicha transformación. El azar existe, pero
dentro de él hay cosas que ocurren por un deseo misterioso y prefigurado, algo parecido al "azar selectivo" al que se refería André Breton.
El azar es la incubación
de una causalidad que está por venir y que responde a la unión accidental de dos fenómenos que se ignoran entre sí pero que de pronto, por un halo azaroso, se ven uno frente al otro, dando lugar a una trascendencia tan hermética como
asequible. En realidad todo ocurre por algo, y quizá nunca encontraremos una respuesta, pero al menos habremos hecho de algo casual, algo que ayude a definir o a encausar nuestras experiencias existenciales. Esta transmutación casi
imperceptible de la casualidad en causalidad, y de lo insignificante en algo valioso, es lo que mantiene en armonía al
universo.
Dentro de este impulso, cada uno puede relacionarse y encontrar su desciframiento dentro de la religión más incomprensible y seductora de todas:
la religión del azar.
o. pirot
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