Turner
Son muchos los oficios con los que se ha comparado el acto de la
escritura poética. Algunos incluso han establecido puentes con universos tan
originales como el de la gastronomía o el deporte. Los hay también quienes
equiparan la poesía a otras artes como el cine, la música o la pintura.
De entre todas estas posibles comparaciones, hay una que me parece,
valga la redundancia, la más poética. Esta comparación a la que aludo es la que
se establece entre la poesía y la pesca, entre el poeta y el pescador.
En el libro Poesía Reunida
(UNAM, 1999) del poeta mexicano Antonio Deltoro, hay un último apartado donde
se reproduce una entrevista que le realizó el poeta español Francisco José Cruz
en 1990 y que se publicó en su momento en la revista Palimpsesto (Sevilla).
La entrevista en su totalidad es una delicia y arroja luz sobre la
concepción del hombre y del lenguaje a la que Antonio Deltoro se consagra en su
quehacer poético. Pues bien, justo al final de la entrevista el poeta mexicano
concluye haciendo la siguiente reflexión:
El poema crea su soledad, su
silencio. Esta zona de silencio, que está representada en la página por el
blanco que rodea al poema, es el origen del rostro y de la voz del poeta, es su
responsabilidad. Éste no debe rendirse a la superstición del resultado, de la
prisa, de la cantidad, de lo lleno, que es la superstición de nuestros días:
“Inocencia y no ciencia:/ para hablar, aprender a callar”, decía Octavio Paz.
El poeta debe ser fiel a su silencio y a su verbo, tener, como el pescador, la
religión de la espera. El poeta, porque es el responsable de su voz, es el
guardián del silencio.
Ante este hermoso y fecundo texto, coincido en que los poemas deben
ser enemigos de la prisa y que, como bien dice Deltoro, cada poeta debe ser
fiel a su silencio, practicar su propia religión de la espera. Pescar las
palabras en la red del silencio, tirar el anzuelo al agua blanca de la página y
esperar a que surja el temblor abisal.
Confieso que a veces he sido un pescador precipitado, y que la gran
enseñanza que me ha dejado la poesía ha sido, justamente, la enseñanza de la
espera. En la espera fraguamos el encuentro sin dañar la búsqueda. Esperar es
buscar, quedarse quieto en el movimiento, acudir inmóvil a la revelación. Hay
que igualar la paciencia del pescador pero también saber distinguir la recompensa
fértil de la infértil. Y es ahí donde también el concepto de responsabilidad
surge encarnado en esa figura del guardián
del silencio.
Finalmente, termino con dos poemas breves: uno de Antonio Deltoro
(poema de un solo verso como un pez recién cuajado) y otro de Luisa Futoransky (como
colofón a esta breve religión de la espera).
Nocturno (Antonio Deltoro)
Las flores siguen rojas: el color no duerme.
…….
Arte
Poética (Luisa Futoransky)
1
El pescador conoce de aparejos, sedales, tanzas,
cañas, anzuelos y plomadas.
El pescador sabe tirar al agua
las palabras
que no sirven.
Qué belleza.
ResponderEliminarCompartir el amor por la poesía es doblemente belleza, saludos!
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