jueves, 10 de enero de 2013

La religión de la espera



Turner



Son muchos los oficios con los que se ha comparado el acto de la escritura poética. Algunos incluso han establecido puentes con universos tan originales como el de la gastronomía o el deporte. Los hay también quienes equiparan la poesía a otras artes como el cine, la música o la pintura.

De entre todas estas posibles comparaciones, hay una que me parece, valga la redundancia, la más poética. Esta comparación a la que aludo es la que se establece entre la poesía y la pesca, entre el poeta y el pescador. 

En el libro Poesía Reunida (UNAM, 1999) del poeta mexicano Antonio Deltoro, hay un último apartado donde se reproduce una entrevista que le realizó el poeta español Francisco José Cruz en 1990 y que se publicó en su momento en la revista Palimpsesto (Sevilla).

La entrevista en su totalidad es una delicia y arroja luz sobre la concepción del hombre y del lenguaje a la que Antonio Deltoro se consagra en su quehacer poético. Pues bien, justo al final de la entrevista el poeta mexicano concluye haciendo la siguiente reflexión:


El poema crea su soledad, su silencio. Esta zona de silencio, que está representada en la página por el blanco que rodea al poema, es el origen del rostro y de la voz del poeta, es su responsabilidad. Éste no debe rendirse a la superstición del resultado, de la prisa, de la cantidad, de lo lleno, que es la superstición de nuestros días: “Inocencia y no ciencia:/ para hablar, aprender a callar”, decía Octavio Paz. El poeta debe ser fiel a su silencio y a su verbo, tener, como el pescador, la religión de la espera. El poeta, porque es el responsable de su voz, es el guardián del silencio. 


Ante este hermoso y fecundo texto, coincido en que los poemas deben ser enemigos de la prisa y que, como bien dice Deltoro, cada poeta debe ser fiel a su silencio, practicar su propia religión de la espera. Pescar las palabras en la red del silencio, tirar el anzuelo al agua blanca de la página y esperar a que surja el temblor abisal.

Confieso que a veces he sido un pescador precipitado, y que la gran enseñanza que me ha dejado la poesía ha sido, justamente, la enseñanza de la espera. En la espera fraguamos el encuentro sin dañar la búsqueda. Esperar es buscar, quedarse quieto en el movimiento, acudir inmóvil a la revelación. Hay que igualar la paciencia del pescador pero también saber distinguir la recompensa fértil de la infértil. Y es ahí donde también el concepto de responsabilidad surge encarnado en esa figura del guardián del silencio.

Finalmente, termino con dos poemas breves: uno de Antonio Deltoro (poema de un solo verso como un pez recién cuajado) y otro de Luisa Futoransky (como colofón a esta breve religión de la espera).



Nocturno (Antonio Deltoro)


Las flores siguen rojas: el color no duerme.


…….


Arte Poética (Luisa Futoransky)


1

El pescador conoce de aparejos, sedales, tanzas,
cañas, anzuelos y plomadas.

El pescador sabe tirar al agua
las palabras
que no sirven.



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